Se inaugura la galería Sorolla en la Hispanic Society de NY.
Como rompe la luz sobre los prismas en haces de color multiplicada, así, sobre mis ojos, las tierras encendidas de mi patria, cielo puro de España -¡tan lejano!- bajo el cielo marfil de Nueva York:
Racimos de naranjas como soles, azules soleados de Valencia; profundo azul añil de Cataluña, henchido de pescado y de salvajes pinos; las velas del verano, las blusas marineras, Atlántico de plata y Ayamonte, azules las escamas deslumbrantes y, al fondo, Portugal. Pirenaicos y verdes terciopelos, túnicas talares, montañas de Navarra y Aragón; verdes agrestes de Guipúzcoa, dulce bucle de ojos melancólicos junto al árbol sagrado de la tribu; palmerales de verdes infinitos, amarillos y grises de tan verdes: Levante de la luz, dátil de oro; y los toros que doblan los caminos de hierro, los hombres a caballo, las chumberas alzadas y la Plaza y la reja y la cruz y el farol. Corteza de Castilla, pan dorado, como la piedra catedral de Extremadura o la testa profunda de las vacas tutelares de Galicia.
España blanca de titanio y trigo, jardín donde golpean las más antiguas olas, vestida de festejo acudes a mis ojos sin banderas moradas ni cruces pectorales, tan novia de la luz, tan verdadera bajo el cielo turbio de Manhattan, que tengo que llorar.
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