Victoria soviética en Stalingrado.
Siderurgia solemne de la muerte, mueca de acero y de dolor violada, capital del metal, Stalingrado, congelada y cargada de tungsteno. Una espada de rabia hiende el cielo, forjada con aullidos y con garras: ni un paso atrás, la madre patria llama a la gran hecatombe de la ira. Ésta es la tierra negra quemada por el fuego, ésta es la tierra fría mojada de mercurio, esta es la tierra púrpura, la sangre de los héroes, la tenaz minería del mortero. Los bateleros del Volga arrastran las barcazas henchidas de carroña bajo un cielo implacable de buitres y martillos, su canción es el réquiem de la estepa, rojos Carontes, coros del infierno:
-Y era, entonces, amor, la muerte blanca como la nieve negra que helaba tu retrato, y era entonces, amor, la muerte roja como el viento estrellado de los soviets, y era, entonces, amor, la muerte verde como el liso cañón y el abedul, y era, entonces, amor, sólo la muerte, la muerte azul del hielo y de la aurora.
Dos ejércitos chocan sin descanso, conducidos por hordas de chacales, a la tolva furiosa que tritura el odio inapelable del planeta. Siderurgia solemne de la muerte.
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