Arde la capilla del Cachorro.
Diluviaba, sobre el fango del callejón había un hombre agonizante con los ojos en blanco y la garganta rajada, desde la reja de un corral una mujer aúllaba, pero nadie venía. Hacía tiempo que lo buscaban y cuando dieron con él en una esquina de la Cava Baja lo degollaron de dos certeras cuchilladas. Era joven, trabajaba en el puerto como calafate, su rostro moreno estaba quemado por el sol, era alto, era bueno. Bajo la interminable lluvia de aquel viernes la sangre se mezclaba con el barro. Los niños lloraban en el mirador cegado.
Pero nadie venía, Cachorro.
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