Miles Davis graba “Kind of blue”.
Para Santos Domínguez, que me dio la fecha.
Una hoja de acanto, macerada en el humo del cannabis, se deslíe, azul y verde, sobre la alfombra persa que traman los gramófonos: nube tóxica, pantalla del sonido percutida por pistones de níquel. ¿A qué demonio invoca la explosiva tubería de la selva, la bocina gitana del latón quemado en la crestería fractal de Nueva York? Entre los letreros luminosos corre un río de gatos callejeros, la noche del pulmón deja escamas de óxido en las escaleras de incendio y rastros irisados de laringes metálicas por las azoteas. Hay una esfinge africana de granito negro con la boca sellada por un largo alambique que custodia la corona de los rascacielos, lentamente destila estrellas azuladas y vapores modales de tristeza.
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