Muerte de Saladino.
Las llagas de Cristo se borran de la muralla leprosa de La Jerusalén Liberada con un rastro de sangre eucarística. Sobre el emblema de los cruzados Saladino ha trazado la Media Luna del Profeta y la Cúpula de la Roca , como un Corán incandescente, ilumina el rugido de los tambores y el tañido de las chirimías sarracenas: La ilaha illa Allah wa-Muhammad rasul Allah. A través de una niebla rodada en blanco y negro los templarios regresan a Escandinavia con arena de Jaffa en la montura y los ojos cegados por un perfil alto de palmeras, un dulzor de dátiles prohibidos y un cielo morado que surcan alfombras voladoras. Cuando los niños hebreos, pasajeros del espanto, pinten su estrellita raída en las puertas de la Ciudad Santa , terminarán las justas medievales: porque ni Walter Scott ni Las Mil y Una Noches podrán detener el furor monoteísta o interceptar los misiles que silban por el Desierto del Neguev.
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