Acaba el diario del Capitán Scott.
Caminamos por el cráneo de la tierra con los huesos astillados por el frío, exhaustos, moribundos. Al Sur exacto de la desolación, una bandera nórdica trepana los hielos despoblados del fracaso, las mudas soledades de la Ántartida, donde ruge lejana la jauría de Admundsen, los colmillos triunfadores de la escarcha que se clavan en la escuálida carne del insomnio. Afuera brama un huracán de nieve, pero somos Oficiales del Imperio y habremos de llegar a Cabo Evans y completar nuestra misión científica. En el centro del mundo no había nada, al Sur del mundo no había nada, al final del mundo la cruz de los noruegos. ¿Cuándo se fueron los colores, todo lo que fue tibieza y cuerpo, lo que sangró por dentro hasta llegar a este abismo inmenso de blancura? Pero somos Caballeros de Inglaterra y seguimos tomando muestras minerales, haciendo mediciones, calibrando el esqueleto congelado del planeta: espinazos de cíclope y cristales helados. Evans, el más fuerte de nosotros, se despeñó por el glaciar de Beardmore y el Capitán Oates, con los pies y las manos gangrenados, se perdió solitario en la ventisca, camino del supremo sacrificio -“sólo voy a salir un rato”- ¿A quién conceden los dioses la fortuna de mirar a la muerte cara a cara? Asumimos los riesgos y perdimos, la Naturaleza , salvaje, nos aplasta, pero somos la civilización en el desierto, nos queda la Palabra , que nuestra historia no perezca en el olvido. ¡Por el amor de Dios, cuiden de nuestras familias!
Emotiva hazaña la de estos hombres. No es de extrañar que Zweig le dedicara un espacio en sus "Momentos estelares de la Humanidad".
ResponderEliminarSaludos.
Gracias, José Miguel, Zweig es el modelo de estas miniaturas, mejor, la inspiración.
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