Se abren las Cortes de Cádiz.
¡Qué alegría cruzar en calesa la Alameda de Cádiz bajo la luz atlántica del primer otoño! Los diputados de ambos hemisferios pasan con una flor de ultramar en la solapa. Hay eclesiásticos, censores, militares fenicios y, detrás de cada abanico, los ojos liberales de una maja desnuda. ¡Viva la Pepa ! Al otro lado de Puerta Tierra truena la artillería de los franceses y laten los Episodios de Galdós: las velas de los barcos ingleses custodian la Tacita de Plata como una bandera de Trafalgar. ¡Con las bombas que tiran los fanfarrones se hacen las gaditanas tirabuzones!
(La noche, fernandina y torva, se cierne sobre España como una pintura negra, de las Cabezas de San Juan a La Coruña brillan los pronunciamientos como luminarias efímeras. Los cien mil hijos de San Luis han cruzado los Pirineos y en la Plaza de la Cebada están ahorcando a Riego ante una multitud alborotada, ni justa ni benéfica.)
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