Núñez de Balboa avista el Océano Pacífico.
Dehesa negra: el aire electrizado que precede a las tormentas tropicales ha erizado los campos baldíos, el granito aguarda el beso duro del rayo y los puercos se han cobijado en las zahúrdas. Las primeras gotas, pesadas, sólidas, caen sobre el Tajo y el Guadiana; tamborilea la lluvia en los yelmos de los dioses pobres de Extremadura que se han abierto paso a machetazos entre los manglares -negros también- del Orinoco y Amazonas. Balboa ha ascendido en solitario las cumbres de Castilla del Oro y ha visto los buques norteamericanos cruzar el istmo de Panamá, antes que ninguno de los cristianos compañeros que allí iban. Ha sumergido su armadura en el Océano y tomado posesión del Mar del Sur en nombre de la Reina Doña Juana. Arden al poniente las Indias Orientales sobre una bandeja de plata. El Globo Terráqueo estrena un manto nuevo por el que flota azul un continente de islas a la deriva en las que hacen windsurf los marsupiales.
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