Se
descubre oro en Alaska.
Dawson City es un lugar cruzado por
trineos de codicia y fantasmas de hielo. Los cadáveres emergen de la tierra
removida del Yukon con naipes marcados en los bolsillos y una bala de pirita
entre las sienes: caramelos del Klondike que acechan las bateas. Hay nieve
aurífera en los bosques, pero el escoplo de los buscadores patina en las vetas
de los prismas congelados. El tiempo no pudre las pepitas de oro, el mineral es
el propietario legítimo del los coleccionistas, sobrevive a la fiebre y la
miseria. Frío, alcohol, hambre, Jack London. En Wall Street los especuladores
se calientan las manos sobre una hoguera de papel timbrado y obligaciones, en
Dawson City Charlot adereza el cuero y los clavos de sus botas. De California a
Alaska la quimera se desplaza bajo el signo de una estrella errante y
avarienta.
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