17 de Agosto


Santa Clara de Montefalco.

Con la manga del hábito la hermana se seca el sudor y espanta a las moscas que abrevan en la herida. El enjambre se dispersa haciendo chirriar el aire apretado del cuartucho. La primera incisión no ha sido lo bastante profunda y hay que repetir la piadosa maniobra. Al empuje codicioso de la monja cede la carne muerta y el cuchillo horada sañudo el cuarto espacio intercostal. Las otras mujeres rezan en silencio aunque hay en ellas la misma mirada avarienta y devota. Hace un calor asfixiante de principios del siglo XIV. Al fin la hermana hunde el puño en el pecho abierto del cadáver y las religiosas olvidan, expectantes, el rosario. Tras una breve operación la mano ensangrentada exhibe con orgullo el músculo muerto, la víscera gloriosa. Un delirio sacramental se instala en el convento y las mujeres caen postradas ante el corazón sin vida. Aquella limpia mañana de verano la dulcísima y beatífica madre abadesa había abandonado, en olor de santidad, este mundo nuestro de miserias…

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