Asesinato de Trotsky
Hernán Cortés había encontrado la cabeza desordenada
de León Trotsky en los osarios de Tenochtitlán, más de cien mil cráneos
exhalaban vapores podridos de tequila y de tabasco: gran fandango y
francachela de todas las calaveras; pero la enterró para luego. Méjico es
una serpiente de fuego enroscada en el corazón de América, a través de
desiertos y volcanes, el comandante deportado del Ejército Rojo circula en un
tren blindado con los vagones pintados por Diego Rivera, como por una Siberia
caliente. Hoz y piolet, verdugo para el verdugo: la osamenta eslava cede al golpe
salvaje de Ramón Mercader, silencioso y preciso como el Sputnik. En lo alto de
la pirámide, sobre la piedra del sacrificio, ahúyan los coyotes traicionados de
Pancho Villa y al otro lado del mundo el ídolo se afila los dientes de acero
para perplejidad de Moctezuma y sus cosmogonías.
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