Los tanques soviéticos
entran en Praga.
Los cristales de Bohemia estallan entre los
engranajes blindados cuando el Reloj Astronómico da la una de la madrugada. Los
soldados prenden fuego al Monumento de Jan Huss y arrojan al Moldava a San Juan
Nepomuceno, por no hacer mudanza en su costumbre. Las treinta estatuas
del Puente han sido incendiadas y del Cementerio Judío las criaturas torturadas
de Franz Kafka huyen entre las llamas. En la plaza de San Wenceslao la carne
calcinada de Jan Palach se ha fosilizado en forma de cruz metálica en el suelo.
Arde Praga, pero el cáliz de los utraquistas no brilla al otro lado del Telón
de Acero: las flores de mayo se han agostado entre los apuntes y en las
barricadas despobladas del verano habita el silencio moscovita de la gauche
divine.
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