Muerte de Zurbarán.
En el refectorio, el
tiempo suspendido y perfumado de limones, la carne hecha ceniza sobre la
vajilla limpia de Talavera. La cerámica repite la blancura estricta de los
cartujos, idéntico silencio y soledad contemplativa, urdimbre iluminada de óleo
y estameña. Un corderito huye con las rosas de Santa Isabel de Portugal en la
boca por las salas del Museo del Prado hacia las encinas de Fuente de Cantos.
Es el Día de la
Resurrección de las Naturalezas Muertas y los niños de
Murillo se quitan los piojos y comen melones por las calles de Sevilla.
Ascético Zurbarán.
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