Derrota de la Armada Invencible.
La gorguera de la Reina se ha teñido de Bloody
Mary. En el palo mayor de los barcos piratas se desangra la cabeza de María
Estuardo y el oro de Veracruz se amontona en la Torre de Londres. Five
o’clock tea, Elizabeth escucha, flemática, el noticiero vespertino de la BBC: los brulotes británicos reventaban
galeones españoles en las aguas embravecidas del Canal mientras el Duque de
Medinasidonia consultaba el significado del arduo galicismo en su diccionario
de bolsillo para términos navales. El Escorial estudia las imágenes del
Meteosat y el Rey Felipe ha calificado de atmosférico el fracaso. La Gaceta de Madrid
registra la declaración en un titular solemne a cinco columnas, largo como el
Imperio y con punto final en Santiago de Cuba sin honra ni barcos. Desde
Balmoral, Su Graciosa Majestad aconseja al Continente que se abstenga de
reanudar esta empresa temeraria sin el asesoramiento de Julio César o Guillermo
el Conquistador.
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