Muerte de François-André Philidor
Por los espejos velados del Café de la Régence pasa la sombra
decapitada de María Antonieta. La luz de los candelabros reverbera en las
manchas de azogue, alumbra los relieves dorados de las cornucopias, brilla en
las empolvadas pelucas de los enciclopedistas. Bajo una alegoría de la diosa
razón -guirnalda, escarapela, gorro frigio- los ciudadanos meditan sus jugadas
y cantan la
Marsellesa. Alma del ajedrez: los peones del Tercer Estado
levantan barricadas y arrastran las carretas chirriantes al centro del tablero
donde restalla la impávida cuchilla. Y los reyes y obispos suben al cadalso por
columnas abiertas y rotas diagonales en un baño implacable de sangre negra y
blanca dictado por el gran maestro Robespierre.
Defensa francesa, revolución.
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